¿Qué es ser inteligente?


GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*)
En un examen de Literatura dos alumnas rendían en turnos sucesivos. La presencia de una de ellas cargada de libros prolijamente marcados en páginas con interminables citas casi pone en fuga a la segunda quien, a poco de dudar, determina que sabe lo que cree que debe saber y que enfrentará la prueba.
El resultado es un diez para la segunda y un siete para la primera.
¿Qué es lo que había llevado al tribunal a determinar este aparentemente desigual y hasta injusto veredicto? Simplemente valoró actitudes de inteligencia, haciendo hincapié en el hecho de que pronto cada joven estaría frente a un aula dirigiendo a alumnos y que para ese ejercicio hace falta mucho más que la memoria, una actitud presente y proyección al futuro; es decir, inteligencia.
Solemos decir que una persona, un estudiante, un niño, un líder, es inteligente cuando recita de memoria una lección, resuelve con rapidez un problema o sale airoso de una situación comprometida apelando a recursos muchas veces engañosos. Tal vez confundamos en el primer caso la capacidad memorística con la inteligencia y en el segundo, a ésta con la astucia, que algunas personas demuestran apelando a trampas, algún ardid o mentira que manejan con desparpajo, rapidez y facilidad.
Los conceptos sobre el tema de la inteligencia, los que se tenían en las generaciones anteriores, han variado drásticamente, generando un cambio total a partir de la década de los 90 del siglo pasado. Antes se medía la inteligencia con el llamado "coeficiente intelectual" (CI), especie de test que marcaba, para toda la vida, el grado de lucidez mental con la que venimos al mundo.
Para aquellos tiempos, la persona inteligente podía memorizar largos poemas y recitarlos, resolver difíciles ecuaciones matemáticas, leer y repetir frente a los demás todos los datos de una historia, de un relato o de una lejana población ubicada en cualquier sitio en el mapa.
Ese paradigma ha variado 180 grados. Está bien memorizar, saber dos o más idiomas y dar largos discursos, porque todo ejercicio neuronal prepara mejores redes a la comprensión, pero lo que realmente interesa, lo que hace a una persona verdaderamente inteligente, es justamente el comprender y saber transferir sus conocimientos a la realidad, a la existencia propia o del grupo social con el que está comprometido su accionar.
El concepto de inteligencia ha evolucionado adaptándose a los nuevos paradigmas y hoy se dice que una persona es inteligente cuando sabe dar respuestas asertivas a las situaciones, cuestiones, interrogantes, opciones que enfrenta en el diario fluir de la vida proyectadas al porvenir. De esa manera, y merced a esas respuestas y elecciones, la persona inteligente asciende a niveles superiores desde los cuales amplía su mirada, abunda en su comprensión del mundo y pone su luz no sólo en el presente sino que la proyecta al futuro, prestando atención a la natural concatenación de acciones y resultados.
De esa manera la persona inteligente da pasos hacia adelante, crece y hace crecer.
Ser inteligente hoy supone que, utilizando los conocimientos que nos transmite el saber científico y desde una visión más alta, se puede llegar a comprender la armoniosa trama de las estructuras que nos contienen hasta llegar a lo cósmico.
Vemos, entonces, la importancia de cultivar un atributo con el que venimos más o menos dotados, que crece con el ejercicio y la educación y de cuya práctica dependen mejores elecciones, mejores destinos y vidas.
Vemos también cuánta inteligencia debemos exigir a nuestros gobernantes, quienes no sólo deben buscar salir de sus actuales prisiones mentales sino asomarse a nuevos conceptos y por ellos dominar y controlar sus impulsos, aproximándose a una mayor integridad.
La persona que llega a un alto grado de inteligencia –lo menos que podemos pedir a las autoridades– aprende a interrogar e interrogarse, escucha con atención, busca la verdad y la luz y, en un mundo de interrelaciones donde todo está conectado, aporta a la armonía, a la concordia, a la paz.
Ser inteligente es darse cuenta de que es bueno "saber que no se sabe", lo que significa ser humilde ya que "pensar que se sabe todo es enfermedad".
La inteligencia emocional de la que ahora se habla incorpora la razón ligada a las emociones.
Según Julia Palmieri en sus apuntes "La inteligencia emocional y su incidencia en los aprendizajes pedagógicos", "la inteligencia emocional, a diferencia del cociente intelectual (CI), no se presta a ninguna medida numérica porque es una cualidad compleja que abarca la conciencia de uno mismo, la comprensión del mundo, la voluntad de cambio, la destreza social".
Pero, sobre todo, la inteligencia emocional –a partir de los estudios y publicaciones de Daniel Coleman, de la Universidad de Harvard– valora el grado en que una persona la posee por la dimensión de su capacidad de ser feliz y hacer felices a los otros. Un desafío para los que gobiernan y una necesidad para los gobernados porque, si se sumara un mayor grado de inteligencia de la mayoría, habría más lucidez en la capacidad de elegir y una dirección positiva en el camino de la propia vida sumando a la de la República.
(*) Educadora. Escritora

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