Los amargos frutos del populismo

Todos sufrimos los amargos frutos de esta política, pues para sostener el sistema se debe imprimir moneda sin control y estimular el consumo sin producción, por ello se da la inflación sin tope.

“El populismo ama tanto a los pobres que los multiplica”. 
Mariano Grondona.

Entre las múltiples y hasta contradictorias definiciones de populismo, citamos la del político venezolano Ramón Escovar Salom, quien decía que “es un reparto complaciente de la riqueza. Un reparto sin producción que funciona en forma paternalista y clientelista mientras haya recursos que repartir. Después, sin posibilidad de reparto, el populismo colapsa”.
Entonces, el pueblo debe tragar sus amargos frutos, y agregamos preguntando con intención: ¿qué conductas políticas y ciudadanas han igualado a la Argentina con los pueblos más atrasados del planeta? ¿Cómo se abortaron procesos de auténtico y sustentable desarrollo que nos tendrían hoy en un nivel mucho más alto de calidad de vida con puestos de trabajo dignos y un mayor grado de bienestar en salud, educación, seguridad?
En su programa de CNN, el periodista argentino Andrés Oppenheimer indagaba: “¿Por qué nuestro país, cuyo destino parecía ser el Primer Mundo, marcha tan a contrapelo de los más progresistas?”
La respuesta culpa al populismo mal entendido y peor aplicado que ha gobernado y gobierna actualmente la Argentina y cuya política es, en realidad, el reverso de la democracia, y sus políticas redistributivas, un instrumento de dominación.
Visto así, el populismo es pura pasión, poca razón, escasa duración, y nada sustentable, porque lo emocional es difícil de estabilizar y su permanencia depende de la constante capacidad del líder para echar fuego en las pasiones colectivas.
Lo emocional del movimiento se hace evidente cuando, llegado el momento en que la razón dice “basta, esto no va más”, aparece la Presidenta por cadena nacional y llama la atención del pueblo con un nuevo mensaje cargado de furia, de retos, de gestos desordenados que encienden las alicaídas emociones populares. Y el populismo vuelve a reinar, ya que a la mayoría no le interesa demasiado el orden y coherencia del pensamiento.
Nichos de emoción
El discurso populista sabe explotar y despertar nichos de atención emocional, como la indignación, el miedo y el odio para así mantenerse latente.
Cuando la mala cara de la realidad ataca también a las emociones, el populismo utiliza los medios de comunicación de masas y un tipo particular de discurso mediático, una brillante oratoria y variadas estrategias de escenificación –como la teatralización– que adquieren hoy una creciente relevancia como tácticas.
Desde el lado racional, nosotros preguntamos: si el intento populista ha sido considerado “… la más grave enfermedad política de América latina”, en palabras de Escovar Salom, y si “ningún régimen populista ha logrado cumplir sus promesas electoralistas generando en cambio una corrupción incontrolable”, como dice el politólogo Enrique Neira Fernández, ¿por qué ha vuelto a someterse a un país tan prometedor como el nuestro a la voracidad política de un régimen populista y en todo caso a lo peor de su esencia?
Porque en nuestro país, donde otrora el populismo intentó integrar las masas populares al Estado para su democratización (como lo define Ernesto Laclau), en la práctica de hoy el Gobierno se limita a buscar el apoderamiento de las mayorías con propósitos electoralistas.
Y este tipo de populismo, bien se ve, ha puesto grilletes a la prosperidad, porque no deja actuar las fuerzas creativas del pueblo, porque, sobreprotegiendo, anula, porque su verdadero fin es adormecerlo, satisfacer sus necesidades primarias y para hacerlo da subsidios indiscriminados, planes sociales que no exigen a cambio una contraprestación ni mejor desempeño ni más esfuerzo creativo.
Falta de responsabilidad
Todos sufrimos los amargos frutos de esta política, pues para sostener el sistema se debe imprimir moneda sin control y estimular el consumo sin producción, por ello se da la inflación sin tope.
Además, en una impúdica demostración de su verdadera obsesión, el poder se protege, asfixiando a los adictos, de cuya voluntad se apodera transformándolos en indignos súbditos, y les da la espalda a gobiernos provinciales, municipales, a los industriales, a las empresas, a los que castiga con intención ejemplarizadora cuando se atreven a insubordinarse.
El populista no asume ninguna responsabilidad por lo que promete, no hace ningún esfuerzo por contrastar lo que dice con los datos de la realidad, no coteja resultados, no examina la historia, ni investiga las causas de fondo. Envilece las fuerzas creativas, como expresa Carlos Herrera: “Sólo en condiciones de estabilidad política, seguridad jurídica, prácticas democráticas y respeto por los derechos del individuo, la economía y los negocios prosperan, es decir, disminuye la pobreza y aumenta el empleo social”.
A la pregunta sobre por qué hay países que han pasado de la pobreza a la bonanza y prosperidad, Oppenheimer respondió: “Porque lejos de adular y adormecer, despiertan los hábitos de trabajo y esfuerzo en su gente”, a lo que agregó: “La escuela disciplina a los chicos, enseñándoles a aprender materias esenciales como las matemáticas, agudizando su comprensión lectora, optimizando su capacidad de pensar y juzgar”.
Y esto, gente que juzga y piensa –lo que no conviene al populismo–, es lo que sí puede mejorar los frutos.
*Escritora, especialista en Educación

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