Llamado a la espiritualidad



“La espiritualidad permite vivir con reverencia el misterio de la existencia, con gratitud el don de la vida y con humildad el lugar que ocupamos en el universo” (Leonardo Boff).




 Gladys Seppi Fernández*
Como seres humanos tenemos las puertas abiertas a la espiritualidad,  pero mientras  algunos, pocos en realidad, pueden y  se atreven a traspasarlas y a asumir la desafiante, incierta y extraordinaria aventura de vivirla, la mayoría se queda del otro lado, repitiendo pasos y atado a lo material, que es más asible, visible, real y concreto.
El tema de la espiritualidad, del  ser espiritual, asoma en las conversaciones, en los textos, en las promesas que nos hacemos a nosotros mismos de vivirla plenamente más que evocarla, pero es sólo un chisporroteo  que se desvanece, tal vez porque estamos confundidos con su auténtico significado.
Parece una palabra etérea e inalcanzable y se cree que si se va  a la iglesia, si se adora y reza a un Dios, si se da la limosna que aconseja el evangelio, se ayuda  al necesitado y se cumplen los preceptos y cada uno de  los mandamientos, se es espiritual. Se confunde espiritualidad con religiosidad o se coloca en una connotación abstracta a la que es difícil acceder.
Espiritualidad se asimila a calidad humana, ya que el que vive espiritualmente,  es quien logra zambullirse en su profundidad, en su ser auténtico y una vez que ha reconocido aquello que hace su vida valiosa, se afirma en su existencia, se encarna en el mundo y desde un sentimiento de unicidad y autonomía,  timonea la construcción de su destino, la de su ser verdadero. De esa manera,  fiel a sus mandatos íntimos, el ser espiritual llega a sentirse pleno, auténticamente humano, crecido en sí mismo y desbordante  de amor al prójimo.
La palabra espiritualidad ha tomado vigencia hoy con la proximidad del Papa Francisco a su  llegada a Brasil. A todos nos abarca el calor  de quien, como nuestro sol, tiene luz propia y  la irradia generosamente, da, traspasando barreras. Francisco no es una estrella que refleja lo prestado, lo ajeno. No es una intermitencia que enceguece para empalidecer a los que se acercan: Tiene una usina propia tan fuerte que nadie puede dejar de percibir.
En este hombre que enorgullece al ser argentino y que trasunta en gestos, palabras y obras un humanismo cabal, está el ejemplo de una espiritualidad tan auténtica, tan brotada de su interior, de su formación humana, que no se necesita pertenecer a su Iglesia, a ninguna iglesia,  para sentirla y acogerse al beneficio de su calidez.
Por eso lo siguen millones, y la juventud, necesitada de modelos, se ha puesto bajo su cobijo. Este hombre que ha llegado a Papa, máxima autoridad de la Iglesia Católica, trasciende su propia religión, y se transforma en Faro del mundo, un fenómeno que hoy llama la atención y es obra de su carisma apostólico. Por eso  es tan seguido. No para deslumbrar ni enceguecer como pretenden quienes se consideran líderes y no son otra cosa que ídolos de barro.  Nada más reñido con el propósito de un Ministerio intensamente vivido. Su generosa espiritualidad  borra distancias, pone al otro de pie, no de rodillas; lo invita a asumir su propio destino y le permite descubrir  que él, que  es el Papa y no  Dios, no puede responsabilizarse de los ruegos, pedidos de ayuda, búsqueda de soluciones y respuestas  de millones que lo siguen. Pero, aún así les indica el camino de la esperanza.
Él viene para contagiar su energía, para impregnar al otro, a los otros,  de confianza en sí, de la fuerza nacida en su propio poder, que debe ser  encendido. Tal vez su presencia sea el chispazo que, creciendo, ilumine las cavernas interiores de cada hombre y lo lleve a desarrollarse, desde adentro hasta su plenitud.
Ni seguidores, ni imitadores, ni aduladores, ni enfermizos aplaudidores. Tampoco la ciega devoción que despiertan los ídolos populares en sus fanáticos.  El propósito de un hombre como Francisco es despertar la espiritualidad del otro. Una nueva y original revolución que, tal vez sin saberlo, estábamos esperando. Y  necesitando.
Francisco puede calar hondo en la vida de millones. El efecto de su presencia puede hacer el milagro. Sabrá encontrar las palabras, los gestos que, por fin, transcurridos millones de años desde la pérdida de la inocencia inicial que mantenía al hombre  protegido como un niño en el útero del paraíso, inviten a soltarse, a recorrer la difícil pero necesaria etapa de la búsqueda de la  identidad, del ser único e irrepetible, responsable de su destino.
No ha de ser la visita del Papa a Brasil sólo la demostración de un gran liderazgo, de  la sumisión  ciega a la autoridad máxima de la Iglesia Católica. Tocados por la fuerza de su humanidad ardiente, millones de seres serán llamados al cambio, hacia un actuar maduro.
Y la madurez humana está sumida en la  vida espiritual, en ser autónomo, completo.
*Escritora y docente que ha producido 18 libros. El último: Leer es ver, un libro para la comprensión de los textos.
El tema de la espiritualidad, del  ser espiritual, asoma en las conversaciones, en los textos, en las promesas que nos hacemos a nosotros mismos de vivirla plenamente.

La palabra espiritualidad tomó fuerte vigencia hoy con la proximidad del Papa Francisco a su llegada a Brasil.

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