Mujer y varón en una encrucijada cultural


-¿Cómo que todavía no hiciste la comida y tenés mis camisas sin planchar?
-Pero vos qué te creés, ¿qué soy tu esclava? Eso ya pasó de moda, querido…”.
Diálogo de entrecasa

    La multitudinaria marcha del “Ni una menos”, además de impresionarnos por la fuerza de su número y la autenticidad de sus reclamos, debe llevarnos a reflexionar sobre las raíces de una violencia que en estos últimos años castiga a familias, mata mujeres, atemoriza a todos.
    ¿Por qué ha aumentado tan vertiginosamente el maltrato en la sociedad, entre la gente; en la familia entre padres e hijos y entre hermanos; en la escuela, entre los alumnos y los docentes y los mismos compañeros; en el lugar de trabajo y lo que es más grave porque a partir de ese trato violento se  funda una familia, entre los miembros de una pareja? ¿Acaso los vínculos no se establecen en nombre del amor? ¿Qué clase amor?
    Vayamos a las raíces, a los motivos ya que, no solamente con la merecida prisión u otro castigo bien sostenido por algún juez probo, serán escarmentados los violentos.
    En primer lugar la violencia viene de la violencia. A padres maltratadores, ya sea de manera física o psicológica, hijos maltratadores, lo que hace a una acendrada conducta, a algo difícil de erradicar. A familias que se tratan mal, sucesores que harán lo mismo, que fundarán familias donde reinará el mal trato. He aquí un motivo que debe ser analizado, cuestionado y sometido a tratamiento psicológico.
  Pero hay otras razones que desatan la violencia de nuestra época.
  Además de las diferencias que ponen en los opuestos a la mujer y al  hombre, bastante desconocidas y tan bien analizadas por Pilar Sordo, existe la imitación irreflexiva de lo que se ve en la TV. Los malos ejemplos se derraman en nuestra sociedad desorientada en todas direcciones, siendo la que pesa la que llega desde arriba. Claudio Naranjo en su libro La mente patriarcal, aporta:
    “En el problema de la sociedad subyace una mente patriarcal en la cual las relaciones de dominio-sumisión y de sobreprotección-dependencia, interfieren en la capacidad de establecer vínculos adultos, solidarios y fraternales”.
   ¿Qué es una “mente patriarcal”? Una construcción familiar en la que hombre domina y la mujer obedece, que se dio por milenios y de la que quedan muchos vestigios en la conducta de los varones de hoy y en muchas mujeres que lo llegaron a considerar no solamente necesario sino hasta cómodo, por eso se habla de la sobreprotección cuyo pago es la dependencia. Sabemos que otrora, la autoridad indiscutible fue la del padre, que llegó a ser en la mayoría de los hogares de un autoritarismo tal que, aunque obrara con manifiesta incoherencia, era obedecido con temor.
     La mujer, obediente y sumisa, logró con su  mansedumbre el equilibrio de las relaciones hogareñas.  Sin embargo, ¡Cuánto ha cambiado la mujer! Mientras en muchos varones de hoy persiste esa vieja matriz.
     En el extremo, la evolución de las costumbres, las reacciones ante los tratos injustos, el estallido de la revolución del sesenta con la llegada de la  píldora anticonceptiva que igualó el derecho femenino al goce sexual,  levantó a la mujer al descubrimiento de su valor personal, al deseo de su autorrealización, a su independencia.
    Ella también podía ser, ella también tiene derecho a ser más y mejor en sí misma.
    La emancipación de la mujer puso en contraste la condición de esclavitud a que estuvo sometida. No más la mandadera que da todo de sí a su esposo e hijos, no más la cocinera, lavandera, planchadora, enfermera y otras muchas condiciones de servicio full time, siempre dispuesta a entregarse con una sonrisa; no más la avejentada mujer que lo era más cuanto más daba de sí, de sus horas de descanso, de su posibilidad de desarrollar una vocación, de juntarse con amigas, distracción considerada actualmente de alto valor sanador.
    Se ve, claramente, entonces, y debiera tenerse en cuenta a la hora de formar una pareja, a qué fuerte colisión llevan conductas abrevadas en concepciones tan diferentes y hasta opuestas.
    ¿Qué la mujer se ha ido al otro extremo? Es cierto, como es verdad también que todos los cambios son pendulares hasta que, como el movimiento del reloj, se equilibran.
    Sería bueno pensar si la mujer de hoy, respondiendo al signo del puro placer de esta época, no  se está esclavizando al concepto consumista de ser tratada como una cosa. Si así fuera- y lo está pareciendo en demasía- la mujer ha salido de un estado dependiente para entrar en otro: se está dejando tratar como un objeto del placer masculino, está perdiendo la dignidad que logra una auténtica libertad, la que decide por intuición propia y la capacidad de auto dirigir su vida hacia una dignidad que la honre.
     Habrá que preguntarse, entonces, si no es necesaria  una meditada reflexión sobre el tema, un diálogo serio en el hogar y  la escuela o entre amigos y compañeros que conduzca a un cambio pensado y elaborado, una sanación de raíz, un saludable encuentro entre posiciones contrarias que conduzcan al vínculo positivo a que todos aspiramos.

     Lo que es realmente posible.

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