De las botineras a los políticos faranduleros

                           

“Es la sociedad, estúpido”- (Parafraseando a Clinton).

        Hace unos años hablábamos de las botineras,  las bellas chicas que iban a las canchas a la caza de algún galán futbolero y que lograban o logran aún no sólo la tan ansiada conquista sino notoriedad y un importante ascenso económico. En estos años y aún hoy se sigue produciendo el encuentro y así se hicieron y se hacen  famosas muchas jóvenes hermosas que pescan su botín.
   Por estos días son noticias  las politiqueras, si es que así las podemos llamar, y son las que se encuentran con hombres de la política, buenos partidos entre los mejores porque en la Argentina son los que tienen los mejores sueldos, los que más y mejor recaudan, los que se han hecho ricos y pueden ofrecer bodas y viajes y casas fastuosas sin que nadie- excepto  casos que intentan dar ejemplo de una justicia inexistente como el de Fariña y otros-, se los moleste para preguntarles  sobre el cómo lo lograron.
    Hoy se habla y se publica sobre las politiqueras pero se carga más la tinta en los políticos faranduleros, que al relacionarse y hasta casarse con mujeres famosas como son las bailarinas y vedettes en nuestro país, ganan una pulposa popularidad que, de ninguna manera hubieran logrado ni con la mejor de las gestiones, ni dando ejemplo de muy buenos atributos para organizar y gobernar. El mérito acá es mostrarse y hacer alarde de haber conquistado a una bella mujer, con la que se pavonean y hasta se casan  sabiendo que ese hecho les traerá el gran rédito de hacerse conocidos, prensa mediante.
    Prensa mediante, porque en este fenómeno la prensa es actriz principal, es ella la que fogonea el espectáculo, sabiendo que es lo que vende más y entendiendo también que basta que se hable de ciertos personajes para que el gran público, que poco se preocupa hoy por sus reales aportes a la grandeza nacional, ahora tendrá motivos para convertirlos en objeto de sus conversaciones,  para repetir su nombre y a fuerza de repetición ponerlos en el más alto lugar del podio de los argentinos famosos, lugar que ocupan futbolistas, vedetes, cantantes, figuras del espectáculo.
   Y éste es un tema que merece un profundo análisis de nuestra parte, del pueblo, de los que propiciamos esos ascensos indebidos a la consideración por el sólo mérito de llamar la atención como sea posible.
    Lo que comentamos ha ganado fuerza últimamente, personas que vienen actuando con llamativa indecisión y algunos hasta faltos de ideas claras y mucho menos, por cierto, conducentes a lograr algunos de los cambios que se reclaman, acaparan la atención de las cámaras y la gente se deja encandilar por la intensidad de su luz.  Así van subiendo en las encuestas. ¿Cuál es su mayor mérito? Llamar la atención con sus presentaciones en programas populares, con bodas espectaculares, con la expectativa que van creando.
    Del otro lado la gente. El público obnubilado, un pueblo arrastrado por fogonazos a las más  irreales y frívolas apreciaciones, una mayoría  que confunde valor con apariencia, y que termina volcando el favor de su voto para que ocupen los altos cargos de conducción, en  personas que ostentan como gran mérito el de ser, justamente ostentosos, sin que nada sepamos de su ser profundo, de sus talentos puestos al servicio de la comunidad, que es lo que necesitamos  para sacar al país del embrollo actual que a todos perjudica. 
     ¿No es acaso, muy llamativo que la consideración pública hacia la figura presidencial aumente en la medida en que alardea de temeridad o se enferma o enfrenta irracionalmente a los poderes del mundo? Pura teatralización que cumple su cometido: deslumbrar, fanatizar, anular el pensamiento y las conciencias.
    Para enfrentar tan dañina y fomentada  irrealidad hace falta un arduo trabajo de los que aún se sustraen atan primario deslumbramiento; es necesario que quienes conservan una visión más clara de la realidad y aún pueden nombrar a las cosas por su nombre, participen y se comprometan en la contraofensiva.                                      
     Será bueno  que intentemos esclarecer, por ejemplo, si es el público el que pide y se abandona al dulce paladeo de engañosos espectáculos o si éstos son herramientas que emplea la mala política para reducirlo y dominar su voluntad, lográndolo.
    Pensamos que, si la mayoría de los argentinos fuera educado en la reflexión, la introspección, la exigente búsqueda de mayor calidad de vida, leería mejor la realidad y no aceptaría ni seguiría ni  aplaudiría lo que en los países más adelantados y serios se consideran payasadas absurdas.  
     Creemos que la ignorancia, el fanatismo, la falta de reales y personales proyectos que crecen alimentadas por un consumo vil, retroalimenta,  en las grandes masas, a su vez, la afición al circo, la conducta de la chismografía, la que exalta a personajes innombrables.
     Por otra parte, los medios de comunicación se suman activamente a un circuito que parece no tener fin y que subsume a países empobrecidos en la “sociedad del espectáculo” como la nombra en su libro el escritor francés Guy Debord y más recientemente Vargas Llosa en su obra “La civilización del espectáculo”.
    “El espectáculo es el corazón del irrealismo de la sociedad real” dijo el primero de los escritores nombrados, y “constituye el modelo presente de la vida socialmente dominante”.
   Es bueno saber que,  como ellos, otros autores nos advierten que hay en la sociedad actual una tendencia a la mera representación que  reemplazó la valoración de la conciencia social y el compromiso con la realidad por la propensión al entretenimiento y la distracción, como afirma con contundencia Vargas Llosa.
   ¿Qué resta por hacer, entonces?
    Quizás intentar despertar conciencias y como humildemente cada uno pueda hacerlo; quizás generar  espacios donde se hable de la banalización de la realidad que nos subsume en un engañoso mundo de apariencias; quizás contagiar esta preocupación tan vital a los medios, sobre todo a la TV, para que dedique tantos espacios como los dispuestos al mero entretenimiento- que es decir a la estupidización de la gente- a otros que permitan despertar conciencias:  que el público sepa qué mundo habita, por qué actúa como actúa, qué filosofía imperante evapora su sentido de la ética, su compromiso con la realidad, por qué prefiere a un político que escandaliza sobre el que piensa y actúa coherentemente, por qué pone en tan alto lugar lo que lo distrae y divierte desestimando lo que obliga a razonar y elevarse, por qué actúa con tamaña desaprensión ciudadana, por qué deja en manos de gente que miente, fantasea y crea una realidad falseada, su propio destino.
    Tal vez por el sólo hecho de reflexionar sobre el tema surjan buenas ideas. Y acciones.

                                         Gladys Seppi Fernández     

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