EDUCACIÓN, ¿QUÉ ES LO ESENCIAL?

“La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”
                                                                               Nelson Mandela


    Mucho se habla en estos días sobre la necesidad de introducir grandes cambios en la educación argentina. Se promete mejorar el sueldo de los docentes,   dar más computadoras a los alumnos,  aumentar el presupuesto, hacer más escuelas. Y todo esto es bueno y obviamente necesario, pero no lo esencial. 
      Lo que vertebraría un cambio real y profundo depende de diseñar un objetivo educativo nacional tras el cual se encolumnen, con fuerza y convencimiento, los educadores, las acciones gubernamentales, las escolares y familiares. Si no sabemos hacia dónde queremos ir, ni qué queremos lograr, la educación seguirá, computadoras más o menos, tan desorientada y caótica como es la actual.
   Como un ejercicio apenas parcial comparemos nuestra educación, la de grandes y chicos, con  la que han logrado los habitantes de los países llamados del primer mundo.
     Cuando  se visita una gran nación, por ejemplo Australia, la primera consideración a la que se arriba es que sus ciudadanos aman de verdad su tierra, y que ese amor no se manifiesta en estruendosas declaraciones de patriotismo  populista, sino en el quehacer personal y social de cuidar y engrandecer continuamente su vasto territorio.
    ¿Se nos ha enseñado a los argentinos a amar y cuidar lo propio? Creemos que no. Tal como ayer, los alumnos argentinos se encuentran con la obligación de memorizar arduas lecciones, contenidos abstractos y lejanos a la realidad que se vive fuera del aula. Para que ese aprendizaje sea transferible a lo propio, a lo que realmente puede ser útil, necesario e interesante sería bueno conducirlos, en primer lugar, a observar con agudeza lo que viven, lo próximo y entonces nacerá, seguramente, el aprecio, cariño, cuidado y responsabilidad por su hábitat, su casa, la calle, la plaza, el pueblo o ciudad donde residen para ir pasando gradualmente a lo más lejano. 
   ¡Cuánto podría hacer la educación argentina en este sentido! ¡Cuánto tiene para cambiar! Más que una lección, más que el avance memorístico en los programas, la formación de hábitos básicos y saludables debieran ser temas de desarrollo obligados en nuestras  escuelas.
      Por otra parte,  ¿cómo lograr sino a través de la educación  familiar y  escolar que los niños y jóvenes se vayan orientando hacia trabajos idóneos, cumplidos con auténticos propósitos de desarrollarse y así aportar a la Argentina? ¿Cómo lograr vidas más felices y plenas sino orientando al descubrimiento de lo que cada uno es capaz de hacer, lo que le complace realizar, la vocación que debiera descubrirse en los largos y extendidos períodos escolares? Es obligación de una buena educación familiar y escolar propender a descubrir talentos, atributos de cada sujeto para apoyar su formación. Sería una buena base sumar a  la vida social y ciudadana personas idóneas  que se perfeccionen y que amen lo que hacen. 
     Mucho se habla de educación aquí, pero no se enfatiza debidamente que es de la suma de sujetos sacados de la ignorancia, llevados de un hacer ciego a uno consciente y genuino, la única manera de encaminarnos al logro de una vida más beneficiosa para todos.  
    La educación debe despertar amor al trabajo. Es fácil distinguir, entre los pueblos,  aquellos que, incorruptibles, hacen lo correcto para poner orden, disciplina, buenos servicios, atención adecuada al otro incluyendo la belleza de nuevas creaciones, de los que, (¿debemos reconocer con pena al nuestro?), no saben o se niegan el placer de hacer lo mejor que se puede en su oficio o profesión,  se mezquinan a sí mismos y a los otros  dar lo máximo en favor de su propio desarrollo y el de su comunidad.
      La educación  debe despertar respeto y amor a la vida, y de allí surgirá la consideración a sí mismo y a los demás. En  nuestro país no hemos sido educados para respetarnos, y eso se manifiesta en todos los actos de la convivencia.  Y lo sufrimos. Duele, debilita, desorienta el  caos que se adueña de hogares, escuelas y ciudades y, aunque moleste la comparación, debemos saber que, donde se ha internalizado la idea de que vale la pena actuar bajo el imperio de la ley y el orden, se logra este beneficio para todos.  
    La educación tiene mucho que hacer por nuestra debilitada Argentina. Debe exaltar, por ejemplo, la verdad y la honestidad, virtudes que hacen la diferencia entre construir una nación confiable u otra, como la nuestra, donde impera la inseguridad y la desconfianza de unos por otros. 
    Tal vez ha llegado la hora de ejecutar un cambio profundo.
Por cierto, sin padres y docentes formados para educar e instruir, ningún cambio es posible. Y sin docencia genuina, sentida, auténtica, no hay educación. Y sin educación, como dice la UNESCO, no tenemos futuro. 
                                                   Gladys Seppi Fernández

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