¿Es hora de prestar atención a la inteligencia emocional?

Al menos un 80% del éxito en la edad adulta proviene de la inteligencia emocional.
Daniel Goleman



Si los argentinos tenemos tan deficiente  desempeño cuando se mide el Coeficiente Intelectual (CI)  -ejemplo de ello son las Pruebas Pisa-, podemos deducir lo mal que nos iría si nos sometiéramos a un examen de Inteligencia Emocional (IE), aspecto humano del que se ha empezado a hablar hace pocas décadas.
     Durante miles de años la especie humana viene intentado desarrollar su inteligencia emocional y hasta hace muy poco  se medía la condición del hombre solamente por su  coeficiente Intelectual, hasta que Martín Coleman en su libro “La inteligencia emocional” y otros investigadores advirtieron sobre la existencia de la IE, tan poco tenida en cuenta.   
   Lo que se está intentado en  educación es tratar de desarrollar el autocontrol, el entusiasmo, la empatía, la perseverancia y la capacidad para motivarse a uno mismo, habilidades que pueden venir configuradas en nuestro equipaje genético o ser moldeadas durante los primeros años de vida mediante la educación familiar y luego escolar, es decir son susceptibles de aprenderse y perfeccionarse a lo largo de la vida, si para ello se utilizan los métodos adecuados. Un desafío educativo argentino actual que urge aplicar y que se puede lograr.
     Muchos de los males que se padecen en la familia, la escuela y la sociedad devienen de soslayar la educación de la Inteligencia Emocional, de ignorarla,  no tenerla en cuenta.  El factor que determina el éxito del individuo no es solamente su CI sino también su IE, ya que, según el mismo Coleman, se observa que muchos jóvenes que aspiran  a un puesto de trabajo “son contratados por su capacidad intelectual y despedidos por su falta de IE”.
    Cada uno de nosotros, puestos a observar, fácilmente determinaríamos que el fracaso de muchos, sean adultos, mayores o  jóvenes que pasaron por las aulas argentinas, que obtuvieron su ansiado título de bachiller, técnico o de una profesión universitaria,  no se han desempeñado con éxito en su trabajo aunque hayan obtenido notas brillantes, porque son irritables, no se adaptan ni integran al grupo, no saben trabajar en equipo, ni escuchar, son egoístas, ensimismados, apáticos y poco creativos, entre otras carencias que bien pudieran haber sido evitadas mediante la oportuna educación de su mundo emocional. En fin, una personalidad que no ha aprendido a lidiar consigo mismo y menos con los demás, está irremisiblemente condenada al fracaso.
      La inteligencia puesta en nuestras emociones define a la IE y  permite al ser humano tomar las riendas de sus impulsos emocionales y no dejarse desbordar por ellos. ¿Acaso ese desborde no brota en nuestra sociedad por todas partes, desde el hogar donde no se sabe dialogar ni respetar la opinión del otro, hasta la calle poblada de obscenidades, de inútiles bocinazos, insultos, peleas y situaciones extremas?
   Pero ese desmanejo de las emociones puede mejorar,  partiendo de un intencionado autocontrol, del conocimiento de sí mismo, de la autoconciencia; se puede desarrollar el arte de entender a los demás, de escucharlos para, desde allí, resolver conflictos y colaborar con los que integran el grupo de acción,  favoreciendo el ámbito en  donde se desarrolla y a quien ha de recibir los beneficios de un medio más estimulante.
       La oportunidad de educar la inteligencia emocional se debe dar desde la infancia, es decir desde la familia, la escuela primaria y en la adolescencia,  por lo que urge que empecemos a  considerar su implementación, enseñando cómo hacerlo profesionalmente.
     Las peleas entre los alumnos, la irracionalidad desatada, la indisciplina escolar, los insultos que se infieren los que debaten cualquier tema en la TV, es decir los males de la vida cotidiana, manifiestan la activación de programas  defensivos automáticos de que ha dotado la evolución al ser instintivo, pero que el hombre civilizado de hoy debiera transformar en acciones conscientes, para evitar que la marea desatada que subsume al ser humano en un mundo cada vez más violento y peligroso, nos termine aniquilando.

  No es posible que la ira, el enojo, el miedo,  los impulsos básicos que nos  enceguecen, transformen nuestra vida diaria en una selva de sentimientos  negativos, que se retroalimentan en un perpetuo círculo vicioso que pareciera no tener fin, hasta que alguien, un gobierno, una escuela actúen conforme a un tema esencial a una vida más dignamente vivida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario